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Aventura en el Gran Tsingy

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Aún no ha amanecido cuando nos levantamos para el briefing. La previsión de ayer no era la ideal para el vuelo que tenemos por delante. Nos encontramos en una zona sin carreteras, sin cobertura de móvil, sin accesos para los vehículos de apoyo en tierra. Si finalmente decidimos salir a volar lo haremos sabiendo que la recogida del material y el retorno al hotel puede llevarnos muchas horas o incluso días. Nuestra mejor opción parece ser subir a 1.500 ó 2.000 metros para tratar de que el viento nos aproxime al hotel a 17 kilómetros hacia el sur, pero en ese caso la mejor zona de aterrizaje es el río y es más fácil que los globos que participen se dispersen con lo que el rescate se complicaría. Aún no está claro cuantos de los ocho globos presentes decidirá despegar.
Si a este lado del tsingy hay pocas oportunidades de aterrizar fuera de la selva o de un núcleo de población con un camino de acceso, al otro lado del mismo las posibilidades se reducen aún más. Los globos de helio que soltamos para comprobar la dirección del viento no nos pueden confirmar si el viento a gran altura cumplirá con los pronósticos en cuanto a dirección o velocidad. Solo se ha volado en globo en este lugar en otra ocasión, un solo globo y el rescate se hizo con un helicóptero.

Los globos se montan muy juntos en el improvisado campo de despegue.

Los globos se montan muy juntos en el improvisado campo de despegue.

¿Porqué volar entonces en estas condiciones? Indudablemente las condiciones no son las ideales pero hemos venido a volar y solo tenemos esta oportunidad. Todos queremos ver el Gran Tsingy desde el aire, todos queremos afrontar este reto y aprovechar esta oportunidad única, que casi con total seguridad no volverá a presentarse en la vida. Sin embargo para poder subir tanto como tenemos previsto y llevar el suficiente gas para tener una autonomía de vuelo de dos horas y media, será imposible que volemos los tres miembros de cada equipo. Óscar decide quedarse en tierra para que Iván y yo podamos despegar con mejores posibilidades. Muchas gracias Óscar, nos acabas de regalar una aventura inolvidable.
Empezamos a hinchar el globo en tercer lugar, pues el espacio disponible no es suficiente para más de un globo al mismo tiempo. A nuestro alrededor los globos se van levantando y el parking del Gran Tsingy se encuentra con un espectáculo nunca visto. Los ocho pilotos han decidido volar, a pesar de todas las dificultades técnicas del vuelo y los riesgos de un rescate lento y cansado, nadie se quiere perder la magnífica oportunidad que se nos presenta.

Desde arriba podemos comprender el tamaño del gran Tsingy.

Desde arriba podemos comprender el tamaño del gran Tsingy.

Josep María, el organizador de la Madagascar Ultramagic Experience es el primero en despegar. Gracias a él podremos ver el comportamiento de los vientos a distintas alturas. Tras él empezamos a despegar todos los demás. Inmediatamente Iván comienza a elevarse para atrapar el viento que nos llevará sobre el Tsingy. El butano que estamos empleando en lugar del propano que usamos habitualmente hace que el quemador no reaccione de la misma manera y el ascenso es lento y más trabajoso, pero poco después ya tenemos la dirección que buscábamos y nos aproximamos a la franja gris de las rocas que componen el Gran Tsingy de Bemaraha.

El Gran Tsingy desde el globo.

El Gran Tsingy desde el globo.

Una vez sobre las rocas grises bajamos poco a poco para, como ya han hecho algunos compañeros, encontrar la dirección de viento que nos saque de nuevo y a la vez poder observar más de cerca las afiladas formaciones características de aquel lugar. Es un momento muy especial. Estamos haciendo algo que solo se había hecho una vez anteriormente y nunca con ocho globos. Disfrutamos de las vistas sobrecogedoras de aquel lugar único y mágico. El viento nos va sacando poco a poco. Pero fuera del Tsingy los problemas no han hecho más que empezar. A nuestro alrededor se despliega una selva extensa, con ríos y sin aparente signo de civilización o tan siquiera de la mano del hombre. Es un paisaje al que no estamos acostumbrados. Hasta donde se extiende la vista no se ve un solo camino, un cable, una antena… solo árboles…
Un ruido procedente de la selva, parecido a una carraca suave, nos hace mirar hacia abajo, y allí, en la copa de uno de los arboles, descubrimos dos sifakas, lémures de pelaje blanco que saltan ágilmente de rama en rama. Escucharemos muchos más pero no podremos verlos.

Podemos ver algunas aldeas diminutas, totalmente rodeadas de selva.

Podemos ver algunas aldeas diminutas, totalmente rodeadas de selva.

Se abandona la idea inicial de subir para acercarnos al hotel, con menos probabilidades y más riesgo, y se intenta llegar a una aldea que aparece en el mapa a solo unos pocos kilómetros de nuestra posición. Confiamos en que haya alguna forma de llegar a la aldea o, cuando menos, que dispongan de carretas para poder llevar los globos de regreso al parking. Pasamos sobre varias aldeas muy pequeñas, apenas dos o tres casas con plantaciones alrededor, pero no se aprecian caminos o pistas desde el globo. Finalmente llegamos a la aldea que nos habíamos fijado como destino, junto a la que, según el mapa, hay un camino.

Incluso en una aldea tan pequeña el poder de convocatoria del globo sigue siendo sorprendente.

Incluso en una aldea tan pequeña el poder de convocatoria del globo sigue siendo sorprendente.

Aterrizamos sin problemas, junto a Josep María, en una plantación de mandioca y allí mismo recogemos el globo tratando de no hacer ningún desperfecto. Los demás globos, menos uno, están relativamente cerca.

Los niños malgaches disfrutan del espectáculo y nos regalan sus sonrisas.

Los niños malgaches disfrutan del espectáculo y nos regalan sus sonrisas.

Los globos van llegando al improvisado punto de reunión bajo un gran árbol.

Los globos van llegando al improvisado punto de reunión bajo un gran árbol.

Los equipos y los habitantes de los alrededores se van congregando bajo la sombra de un gran árbol.

Los equipos y los habitantes de los alrededores se van congregando bajo la sombra de un gran árbol.

Tras los primeros momentos de curiosidad los habitantes de la aldea empiezan a negociar el transporte de los globos, a través de las plantaciones y el río, hasta la aldea cercana. Allí nos instalamos bajo un árbol enorme bajo el que disfrutamos de una sombra fresca y agradable. Sentados en las botellas y rodeados de niños vemos como, milagrosamente, el resto de equipos van llegando al mismo árbol desde diferentes puntos de los alrededores. No sabemos cómo se han comunicado entre todos para saber donde estábamos pero los malgaches parece que lo sabían, sin necesidad de radio o teléfono, con kilómetros entre unos y otros y sin una línea visual clara. Tardamos varias horas en negociar el siguiente paso, trasladar todos los globos hasta un pueblo a siete kilómetros donde según dicen hay carretas tiradas por cebúes. Calculamos que necesitaremos entre dieciocho y veinte porteadores por globo.
Los porteadores son personas de toda condición, sexo, edad… la barquilla la llevan entre cinco chavales que han colocado dos ramas que pasan por las asas de la base, mientras que otros seis llevan la vela mediante el mismo sistema. Algunas mujeres llevan las botellas de propano sobre la cabeza. La comitiva avanza a buen ritmo, mientras cantan, chillan y ríen. Atravesamos charcos, barrizales, sabanas y zonas de bosque. El sendero apenas se ve entre la hierba y a veces cruza o coincide con el cauce activo de un río. En uno de esos río nos damos un refrescante baño que nos recarga de energías.

El camino es largo y muy duro pero los porteadores trabajan sin descanso.

El camino es largo y muy duro pero los porteadores trabajan sin descanso.

Por fin llegamos al pueblo, se descargan los bultos y nos reagrupamos para pagar a los porteadores. Cuando los porteadores se han marchado nos enteramos de que solo hay una carreta, es además pequeña y por si fuera poco es totalmente imposible que recorra los cinco kilómetros que nos separan del parking. Además quedan menos de dos horas de luz. Josep María hace una negociación rápida subiendo un poco el precio por bulto y los porteadores se ponen en marcha. Lamentablemente algunos se habían marchado y no hay suficientes para todo el material.

Hacen falta 6 porteadores para llevar una vela

Hacen falta 6 porteadores para llevar una vela

Para comprender mejor la situación hay que recordar que el equipo es pesado y no está diseñado para transportarse cómodamente sino para volar. Una sola de las botellas llena puede pesar 50 kg., y llevamos cinco, la barquilla unos 80Kg, la vela supera los 100 kg. El terreno por el que nos desplazamos es irregular, lleno de riachuelos, se estrecha por la vegetación y a medida que el sol se va ocultando, esta en completa oscuridad. Es un trayecto largo, penoso y agotador. Llevamos días sin descansar debidamente, acumulando kilómetros y con una actividad intensa, además de habernos levantado a las 5 de la mañana, hace ya más de 13 horas. A pesar de todo estoy disfrutando de la experiencia. Los sonidos del bosque, las estrellas que brillan con descaro en un cielo negro y despejado y el hecho de encontrarnos donde nos encontramos, embarcados en esta aventura, merece la pena cualquier esfuerzo.
En un tramo particularmente accidentado una de las porteadoras de menos de 20 años, que lleva sobre la cabeza una botella llena, que pesa unos 35 kg., se cae al suelo. La botella debe pesar casi lo mismo que ella, va descalza y es totalmente de noche. Es sencillamente asombroso que pueda llevarla. La ayudo a levantarse y me coloco delante de ella con una linterna frontal para que pueda ver el camino. Cuando llegamos a alguna zona más difícil me pide la mano para mantener el equilibrio. Su cara de esfuerzo me impresiona pero no cede ni un momento. Va a recorrer más de cinco kilómetros en esas condiciones para ganar 30.000 ariarys, unos 9 €. El resto de porteadores está haciendo un esfuerzo similar. Finalmente, a las 20:30, casi 15 horas después del despegue, llegamos al lugar de partida, donde nos esperan los coches. Todos nos reciben con alegría. Una vez que los porteadores cobran regresan de nuevo en la más absoluta oscuridad hasta su aldea. Algunos de ellos a más de 10 kilómetros de distancia.
A nosotros nos quedan más de 3 horas de coche para recorrer los 17 kilómetros que nos separan de nuestro hotel, por un camino muy accidentado, con barrizales, ríos, etc. Parte de los equipos se han quedado a cargo de tres pilotos en el lugar de aterrizaje y regresaran más lentamente—varios días después—, tras nosotros. No hago más que pensar en llegar para poder ducharme, cenar y tomar una bebida bien fría. También pienso en los porteadores, todavía regresando a sus casa y sin los cuales no podríamos haber finalizado felizmente nuestro vuelo y vivido una aventura tan fascinante.

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