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 Esta mañana echamos a suertes quien volaba y quien hacía el seguimiento por tierra. Yo perdí y me tocó el coche, algo también divertido y que me permitió hacer unas cuantas fotos muy interesantes, pero estaba deseando que llegase la tarde para poder volar. El día estaba perfecto, tan soleado que a pesar de las bajas temperaturas, en movimiento y bajo los rayos del sol sobraban algunas prendas de ropa. Todavía había pocos globos preparándose para volar pero quería aprovechar todo el tiempo disponible. En media hora el globo estaba listo para despegar, un M56 con una barquilla Tekno, que nos prestaba Chris Meyer. Viajando solo y con tres botellas podía hacer un vuelo bastante largo y tratar de cruzar hacia el valle adyacente en dirección a Gruyere sobre las montañas, como Anulfo y Stéphanie había hecho esa misma mañana. El pronóstico era que el viento cambiaría y no llevaría buena dirección, por eso quería salir lo antes posible.

Nada más despegar empiezo a ascender rápidamente, no tengo ningún globo por encima de mi por lo que gano altura enseguida. El campo de despegue va quedando abajo con algunos globos ya hinchados y listos para despegar y otros preparándose para el segundo vuelo del día. Chateau-d´Oex va quedando muy abajo, la zona de bosque que trepa por las montañas también está ya por debajo de la visual desde la barquilla. Me acerco a las cimas más altas de la zona. A medida que subo también lo hace la velocidad del viento, pero no tengo buena dirección.

Durante un momento me olvido del GPS y del variómetro y disfruto de las vistas. Mire donde mire solo veo cumbres nevadas. La temperatura ha bajado y tengo que ponerme el plumas, bien abrochado y cubrirme la cabeza con un gorro de lana. Estoy por encima de los 3.000 metros. Sin el sonido ocasional del quemador me rodea un silencio sobrecogedor. Es un momento de absoluta calma. A pesar de que vuelo todo lo posible y de que cada vuelo en globo es único y muy especial, algunos, como este, me llenan de emociones.

Miro una vez más el rumbo y la velocidad del viento. No gano suficientes grados como para cruzar las montañas en la dirección que quería, la que conozco y se que me ofrece seguridad. Así que decido bajar en un valle cercano con la esperanza de que el viento allí me saque hacia una zona abierta, fácil para que se acerque mi equipo de tierra con la furgoneta. Bajo muy rápido y entro en el valle que quería, donde el viento sopla más suavemente pero en dirección contraría, hacia las montañas. Tras consultar con Anulfo, que conoce mejor la zona, decido aterrizar en una ladera cubierta de nieve junto a unas casas y una carretera apenas visible bajo la capa blanca.

 

La sombra del globo me sigue de cerca, nítidamente dibujada sobre la nieve por el sol de la tarde y eclipsa por un momento un rebaño de vacas. Tomo tierra a unos 150 metros de la carretera, y mientras el equipo de tierra se dirige hacia mi posición, disfruto del entorno. Es el lugar más bonito en el que he aterrizado hasta el momento. Apenas una hora de vuelo y a solo unos pocos kilómetros del lugar de despegue, pero sin duda un vuelo que no olvidaré jamás.

Sobre mi posición cruza la réplica de aire caliente del Breitling Orbiter, el globo que dio por primera vez la vuelta al mundo sin escalas, pilotado por el piloto que llevó a cabo aquella hazaña, Bertrand Piccard.

Poco después llegan mis amigos, para ayudarme a recoger el globo. Aunque es un trabajo más duro de lo habitual pasamos un momento muy divertido, sin parar de reír. Ha sido una tarde perfecta.

 Ver el vídeo del vuelo

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